domingo, 12 de marzo de 2017

Comentario editorial

COMENTARIO EDITORIAL DEL 12-03-17

La semana: como siempre hemos tenido noticias de todo tipo, y cualquiera de ellas podría servir para hacer el editorial de hoy, pero esta semana se ha celebrado el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y coincidiendo con el fin de semana todavía se están celebrando diversos actos en diferentes puntos de España.

 Lamentablemente la dictadura de lo políticamente correcto y la ideología de género, han vinculado su celebración con una serie de afirmaciones que, quizás por repetirse miles de veces, han terminado por no resultar apenas cuestionables.

La primera de esas afirmaciones es la identificación de mujer trabajadora con mujer que trabaja a cambio de un salario fuera del hogar.

La segunda de esas afirmaciones, es la que ha insistido en que ese trabajo realizado fuera de casa es de mayor importancia que el cometido en el hogar y que incluso, aquellas que optan por realizar este último son solo mujeres de segunda, pobres féminas atrasadas o simples marujas.

La tercera de esas afirmaciones, es la que pretende que el trabajo más importante para una mujer es aquel que implica un mando, a ser posible de carácter político y que por lo tanto esos puestos deben de ser especialmente apetecidos e incluso entregado a las mujeres, no en virtud de sus meritos sino en  virtud de una cuota fija.

Señalemos de entrada y, aunque me tachen de políticamente incorrecto, que las tres afirmaciones no  constituyentes sino que falacias burdas, endebles e incluso groseras.

En primer lugar no es mujer trabajadora únicamente la que trabaja fuera de casa a cambio de un sueldo. Por el contrario, durante siglos, el trabajo de la mujer ha estado vinculado de manera fecunda y provechosa a actividades que se realizaban en el interior del mundo domestico  y que no constituían una modalidad del trabajo asalariado. A nadie en su sano juicio, a nadie con un mínimo de decencia se le ocurriría afirmar que esa labor en la casa, en el campo, en la huerta, o    en el corral, no ha sido ni es trabajo,  un trabajo, muchas veces especialmente duro y sobre todo fecundo y meritorio. No cabe duda de que esa labor sigue siendo, en muchos casos, más relevante que la de cualquier trabajo asalariado que se vende como emancipación, pero que solo sirve para ocultar que la clase media ya no puede vivir con un solo sueldo.

En segundo lugar, tampoco es cierto que el trabajo que se realiza fuera de casa sea más digno o resulte una muestra de una mayor categoría moral, psicológica o humana que el hecho en el hogar. Pretender que una doctora, que una jueza, que una dependienta desempeña un trabajo más digno, más honroso o más útil que el de una ama de casa, no solo es una deplorable manifestación de clasismo social sino una escandalosa mentira, mentira que oculta algunos de los hechos más importantes de la historia, como es el enorme papel que la mujer ha desempeñado en la educación de los hijos, en los procesos de socialización, en la enseñanza de la moral, en la estabilidad familiar o en el aporte de patrones para abordar la vida con realismo y solidez.

Todos esos hechos no son menos importantes y muchas veces lo son más que el desempeño de otras actividades que pueden por el contrario realizar muchas. Hoy en día, no todas las mujeres son arquitectos, pero durante siglos millones de ellas construyeron la sociedad desde el hogar. Hoy en día, no todas las mujeres son asistentas sociales o enfermeras, pero durante siglos millones ellas atendieron de manera incomparable a niños, ancianos y enfermos. Hoy en día, no todas las mujeres son educadoras o maestras, pero durante siglos millones de ellas enseñaron a sus hijos a convertirse en hombre y mujeres de provecho para sí mismos y para la sociedad.

La tercera mentira políticamente correcta es la que defiende además, que una mujer que alcanza puestos de mando, puestos no pocas veces obtenidos gracias a la denominada discriminación  positiva, alcanza también  la cima social y se convierte en una manifestación de la emancipación femenina.

La verdad histórica y existencial es muy distinta, sin duda lo  que la sociedad humana se ha ahorrado a lo largo de los siglos en psicólogos, policías, jueces, pedagogos, médicos y funcionarios de prisiones gracias a esas mujeres que trabajaban en casa, serviría para equilibrar el presupuesto de las naciones más atrasadas y todo ello realizado sin pensar en recompensas, reconocimientos, medallas o salarios en ONGS. Nunca se lo reconocerán, pero la influencia de esas mujeres anónimas ha sido muy superior en la civilización humana a la de cualquier intelectual, filósofo o feministas más afamadas.

 Y es que si prescindiéramos las ministras de cuota, empezando por la vicepresidenta del Gobierno, no perderíamos nada, absolutamente nada, y tampoco perderíamos nada si desapareciesen de la vida política alcaldesas como Colau o Carmena y a la vista está lo fácil que es sustituir a una presidenta de comunidad o a una congresista por otra. Sin embargo si nuestra sociedad perdiera las mujeres que trabajan en casa, pensando que no son trabajadoras, que son mujeres de segunda clase o que su labor es insignificante, el género humano perdería con ellas la sal de la tierra, sin ellas, más temprano que tarde acabaríamos extinguiéndonos también nosotros y viéndonos sustituidos por una cultura  más fuerte que  de más credibilidad a la familia y a la relevancia del hogar.

García MOLINA


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